Ayer me encontré algo inaudito al salir de casa, algo que quizás como muchas otras cuestiones que hace un año nos hubieran horrorizado, parecemos poco a poco normalizar.
Por poner un ejemplo muy de nuestro día de hoy, se extinguen más de 400 personas en 24 horas en España, miles en el mundo a causa de una molécula caprichosa y pareciera que hubiera algo en nuestros mecanismos innatos de adaptación que nos lleva a «acostumbrarnos» a una tragedia cuando esta se prolonga en el tiempo.
Me pregunto en todo caso si no es peligroso. Me explico: normalizando el infortunio y la desgracia ampliamos de manera exponencial nuestro límite de lo tolerable y pudiéramos entrar en terrenos donde ya se disipa hasta anularse nuestra empatía, nuestra capacidad de sentir por el otro, de ponernos en su lugar. Ese otro que es ajeno a lo «MÍO», a mi círculo, a mi burbuja del mundo.
Habrá que ver las consecuencias a nivel sociológico dentro de un tiempo y con perspectiva. Vueeelvo, que me he alejado un poco de lo que iba a contaros aunque no es gratuito, ahora veréis. En la calle un hombre pidiendo, con una pierna completamente torcida desde la rodilla hasta el pie, puede que de una fractura no tratada (pienso sin querer), una muleta en una mano le ayuda a sostenerse. Es lo que hace cada día desde hace años en el mismo lugar, en el cruce entre Mayor y la Almudena, tal vez forme parte de una red organizada, una vez un compañero de trabajo me habló de que llevaban a varios mendigos en una furgoneta y los repartían por la ciudad. En ese cruce pidiendo está. Y allí, esperando a que el semáforo cambie de color, aguardan un hombre de unos cuarenta años y un grupo de jóvenes de unos veinte. El hombre que espera le increpa al mendigo sin inmutarse: -Búscate un trabajo- Ya se ha liado: el mendigo se acerca a él con sus andares maltrechos y le grita; no alcanzo a entenderle pero el hombre que espera le repite con frialdad pavorosa: -Que te busques un trabajo ya- Y todavía una tercera vez como si de San Pedro se tratara: -Búscate un trabajo-.
El hombre que pide está como fuera de sí y lanza improperios ininteligibles acercándose a todos los que aguardan el permiso de cruzar y consiguiendo que hasta uno de los jóvenes que iba desenmascarado se suba la máscara. Por fin el muñeco verde les otorga el paso y se disponen a cruzar. El hombre que pide permanece en su «puesto» todavía gritando al otro «caballero» que mientras se aleja vuelve a soltar en un tono claro y alto: -Búscate un trabajo-
Cruzo detrás del grupo de chicos jóvenes que comentan:
-Ojalá que ese tío tuviera la pierna así-refiriéndose a la pierna del hombre que pide. No puedo por menos que decir: -Pues sí, ojalá-. Tal vez si así fuera comprendería ciertas cosas elementales.
¿Necesitamos realmente ser el otro para poder entenderle?¿No nos basta con ver su carga? ¿O es más algo que nos hace ser tan ruines que necesitaríamos que ver el mundo derrumbarse a nuestro alrededor para que se despertara en nostros esa empatía?
Ah, no, calla, que eso ya ha pasado… lo primero al menos.